No bailo este vals

En el casi diario paseo por mi librería favorita, ayer tuve en las manos El Tercer Reich, una novela inédita del fallecido Roberto Bolaño escrita en los años ochenta pero nunca publicada hasta ahora.

Con los libros me gusta hojear –un verbo que parece un altar o una perversión–, dejar que se abran al capricho del azar o la física, leer dos o tres párrafos, cerrarlos de nuevo, reabrirlos, danzar con ellos en las manos (por cierto, no sabía hasta que tú me lo hiciste ver que mi trato con los libros tiene algo de tacto de amor, de caricia: es uno de los piropos que me llevaré a la tumba).

A veces la impresión que me produce ese primer pulso es suficiente para que compre el libro o lo deje en el anaquel, lo cual no lleva implícito el divorcio definitivo, porque el baile de manos, tinta y pulpa puede repetirse y ser otro el resultado.

Con Bolaño, mi querido y llorado Bolaño, hubiese jurado que la novela se vendría a casa conmigo, pero sucedió lo contrario. Aunque lo hice con la delicadeza de un pretendiente, la abandoné.

No sé explicar por qué: el tufo póstumo de la faja promocional que envuelve el libro, como si se tratara del féretro de un militar o un gendarme; la lucha de intereses que se ha desatado por el legado del escritor; la sacralización –ese ‘todos somos bolañistas’ que entonan ahora con impudor algunos que le consideraban en vida un mercenario y le desterraban de la Gran Literatura, esa patria de zombis pesebristas en la que Bolaño, el gran apátrida, no deseaba habitar-…

Supongo que leeré El Tercer Reich como he leído todo lo demás del mejor escritor de mi generación, pero no lo haré ahora, lo dejaré descansar, esperar a que me sienta capaz de bailar el vals sin que nos matemos a pisotones.

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Viene a cuento que republique por mi cuenta y sin la obligada edición periodística un texto que escribí para el diario en diciembre de 2008, cuando los yanquis intentaron recolonizarnos apuntando a la grandeza de Bolaño.

Era éste:

Cuando murió Roberto Bolaño yo tenía un blog casi invisible. Escribí:

Murió Roberto Bolaño, a quien sólo un transplante podía salvar la vida. Escritor de los de verdad -ni una sola ínfula, ni un sólo esnobismo, ni una sola colaboración como tertuliano en la radio- fue lavaplatos, guardia nocturno, camarero, casi indigente, padre… Escribía como respirando, entre cigarrillos, rock and roll del bueno e insomnio, en el pueblito de la Costa Brava que le había ofrecido patria después de tan dilatada extranjería. En los últimos tiempos se desmayaba con frecuencia en las plazas públicas: “es muy poético”, decía, siempre dispuesto a reír al payaso en uno mismo. Recuerdo el golpe de Los detectives salvajes, aquella novela de búsqueda y locura de personajes heridos por la poesía. Yo también me hice entonces bolañista y bolanista (Arturo Belano y Ulises Lima, inolvidables protagonistas marihuaneros)… Una mierda, Roberto, la vida es una mierda, muy poética, seguramente, pero muy mierda.

Ahora que ya no tengo blog –y la vida sigue siendo muy mierda– aún estoy a vueltas con Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003), que hubiese cumplido este año 55, dos más que yo. Acaso sea eso, la fisiología de las generaciones, las agendas que se pueblan de muertos, el sueño de un pueblo frente al mar para consolarse contra la inevitable extranjería de los transterrados, los mareos en las plazas públicas… No sé qué es, pero sigo siendo bolañista, bolanista y, por méritos propios, bastante boludo.

¿Qué demonios le ha pasado a los yanquis? Eligen a Sam Cooke como presidente, sientan a los sablistas en los banquillos de los tribunales y descubren que maldita falta que hacen los posmodernos si tenemos a Bolaño. Nueve de cada diez hit parades literarios anuales (desde el New York Times, que es para los escritores lo que el Forbes para los sablistas, hasta el Village Voice, que antes era un fanzine hippie y ahora un vademeco de servicios sexuales) colocan la nóvela post-mortem 2666, editada en noviembre, a la cabeza de las listas de lo mejor de 2008. Tan ofuscados están que han relacionado la muerte del escritor chileno con una falsa dependencia de la heroína. Bolaño se troncharía con la falacia cacofónica: “El yanqui me llama yonqui”.

Murió, justo entre Compay Segundo y Celia Cruz en el timing bolañista de las defunciones, soñando con Kafka viendo arder el mundo mientras los Titanes luchaban en el cielo de Nueva York. Había publicado siete novelas (la octava, la imponente 2666, fue editada póstumamente) y sufría una enfermedad hepática que tiene un nombre chingadísimo desde un punto de vista gramatical: colangitis esclerosante primaria. Una semana antes de la muerte, publicaron su última entrevista (¡en la edición mexicana del Playboy!, ¿dónde más?). Decía mantener la esperanza gracias “a los niños que follan como niños” y los “guerreros que combaten como valientes”.

Dejó escrito 2666 como forma de asegurar un ingreso extra para sus dos hijos: cuatro novelas que debían ser editadas por separado para que las regalías llegasen de forma gradual. Como forma de negar la muerte, apareció en una sola pieza. En los EE UU salió a la venta en noviembre. En el Reino Unido, donde ya la están esperando, saldrá en unos meses.

Preparan también unas cuantas películas basadas en su obra valiente, pero no esperen a la pantalla, vayan a las librerías y, si tienen el bolsillo enfermo, sean ladrones por una vez. A Bolaño no le importará. “Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpretar el delito”, decía.

La novela con la que los yanquis se han convertido, como Belano y Lima, en real visceralistas veloces y tiernos, es, como otras de Bolaño, un libro insensato, perseguidor de la totalidad como deben ser los buenos libros, porque cuando te sientas y escribes abres las fauces del tigre y eliges el perfume de su feroz interior, que contiene todos los perfumes sintetizados en un hedor… El escritor ha de ser necesariamente un yonqui (debe escribir “como si al día siguiente fuera a ser electrocutado”, recomendaba Bolaño), pero los yanquis se equivocan de sustancia. Es algo más peligroso que el jaco, más arriesgado: purita mierda de vida.

7 comentarios

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7 Respuestas a “No bailo este vals

  1. Tú sabes hablar de ti mismo hablando de los demás.
    Me encantaba la Librería Méndez, además vivía muy cerca.

    • bichito

      Gracias, David. Bolaño siempre me resultó cercano. Nunca pude verle, ni hablarle, pero tengo la casi certeza de que le he visto, de que hemos hablado… Méndez sigue siendo una gran librería, donde se mima al cliente y se puede hablar de literatura.

  2. bichito

    Acabo de reencontrarme con un texto de Bolaño que no recordaba. Es lúcido, desternillante y, como siempre, bolañista. Lo pego:

    «Consejos sobre el arte de escribir cuentos

    Como ya tengo 44 años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos.

    1. Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.

    2. Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.

    3. Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.

    4. Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.

    5. Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.

    6. Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.

    7. Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!

    8. Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

    9. La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.

    10. Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas.

    11. Libros y autores altamente recomendables: ‘De lo sublime’, del Seudo Longino; ‘Los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney’, cuya biografía escribió Lord Brooke; ‘La antología de Spoon River’, de Edgar Lee Masters; ‘Suicidios ejemplares’, de Enrique Vila-Matas.

    12. Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo»

  3. carolina

    Creo que de mi generación no hay ningún escritor que vaya a marcar a nadie. Qué triste.

  4. carolina

    Mmmm. Yo creo que hay que leer «Mortal y rosa» de Umbral. Impepinable.

  5. Pingback: Una generación en busca de autor « Vive la revolution!

  6. Jaja, a mí me recuerda al Monterroso de ‘Lo demás es silencio’.

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